Textos de la cosecha Papel Film en BastardillasImpresiones literizarras del celuloide. 

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by Jean-François Dupuis

A medio camino del equinoccio 
(El día de la marmota)
Lo que nunca supo Phil Connors fue que cada mañana la marmota despertaba en su mismo día loopeado. Porque lejos de tener la habilidad de pronosticar el fin del invierno, el animalejo tenía el poder de plegar el tiempo y el espacio de modo de hacerlo caber en su madriguera. Todo lo que quería era que nunca terminara su hibernación, quedar replegada en su escondrijo hasta que Dios se aburra y se muera, o hasta que los animales aprendan lo que es el suicidio. Pero cada vez que asomaba su hocico, la mínima anticipación de su sombra la obligaba a ejercer la cronomancia. Ha llegado a mis oídos la versión de todo se trata de múltiples marmotas asomándose para ver si les fue posible devenir Nada. Pero en su corazoncito de roedor, cada una sabe que al intentarlo se desdoblan, y que en eso consiste la expansión del universo. 

Pero en todas ellas ha de fallar 
(Coyote y correcaminos)
Interesado en conocer a su mejor cliente a fin de ofrecerle participar como pequeño accionista de ACME, el vendedor telefónico viajó al desierto a encontrarse con el Coyote. No sin esfuerzo y valiéndose de una mímica realmente ilustrada, el famélico canino expuso ante el capitalista que su propósito era ante todo alimenticio. El vendedor le propuso entonces instalar un local de hamburguesas ACME frente a su cueva, a lo que el Coyote se rehusó y pidió permiso para entrar en el depósito para buscar un obsequio. Salió unos minutos más tarde con un revólver y le puso tres tiros en la frente al vendedor. Luego puso el cuerpo en una caja con una estampilla y antes de mandarlo por correo al remitente escribió "Antes la inanición que la transculturación" en algún dialecto Quechua. 

Ruido Blanco 
(Contacto)
Fiel al despropósito de estar sola en el mundo, Eleanor pone toda su atención al silencio. Casi como por fuerza de su propia voluntad, resulta que hay ruido allá fuera. Como si al cerrar los ojos, comprimiendo con párpados pesados el poco mundo que la rodea, fuese capaz de dar vida en el vacío. Y eso que viaja desde el extremo cóncavo de una galaxia no es sino el mensaje de la niña que volvió la frente a las estrellas para dejar de oír el canturreo inhóspito de los sapos y los grillos. Se ha encontrado una cigarra en la nada y la ha hecho suya, como si no lo fuese (suya, digo), como si no fuese su ceño fruncido el demiurgo de toda vida extraterrestre. 

El pájaro que muere hasta cantar 
(El fantasma del Paraíso)
Cara de Pájaro espía desde un andamio que cuelga del techo de The Paradise. Su mirada hemisférica se posa sobre el monigote que ostenta glam y rock en el centro del escenario. Pero Winslow –cuyo nombre empieza y termina con la W de su creador– es un Fausto pentagramado y todavía cree que su poder no ha mermado con la firma del contrato. Se obstina en creer que sobrevivirá a los cisnes y a los payasos, pero mientras tanto se vuelve fantasma vengador, y juega a que todos le deben una. Interpreta su papel como un maestro, cumple su venganza y su trágica apoteosis. Tal vez sí sobreviva (quién te dice), pero habrá pasado su tiempo con un casco de pico puntiagudo que le abocina la voz y le oculta algunas teclas del piano: es difícil precisar si las blancas o las negras. 

Cadillacs y dinosaurios 
(Cabo de miedo)
En un rincón de su Cadillac, Max Cady lee alguna novela de John MacDonald. De pronto, mirando una página en blanco, se peina, se saca un pedazo de lechuga del colmillo y se decide. El humo de su habano va cobrando la forma de una cabeza con cuatro ojos. Y mientras tiene lugar esta metamorfosis, los párrafos siguientes del libro languidecen hasta palidecer por completo. Las páginas que siguen ya son blancas o siempre lo fueron. Y un reflejo de mueca cínica sobrepuebla las hojas. El humo se hizo calavera y Cady ya dejó de ser libre. 

Has bailado con el Diablo a la luz de la luna 
(Batman)
En la ciudad de las gárgolas y las cúpulas hay una marginalidad exquisita. Es la de los bellamente desquiciados, criaturas oblicuas que se definen por un puñado de rasgos en común, a saber, doble identidad, alguna máscara, un resentimiento eterno y la necesidad compulsiva de hacer algo con esa otra mayoría de la población: la que se reduplica a sí misma cada día, gente decolorada y de fondo, personajes apenas bocetados cuyas muecas nunca están del todo trazadas, salvo para el encuentro con los esquizos góticos. La Ley es el límite infranqueable que divide una sociedad en las proporciones de un iceberg: ocho novenas partes hundidas en lo indefinido y una fracción que, a flote, se enfrenta a sí misma para saberse existente, competitiva y autosuficiente. 

Conservas en ámbar 
(Jurassic Park)
Haber sido mosquito jurásico. Grande para ser mosquito pero ínfimo entre los titanes reptiloides, procuró valerse de una buena dosis de humor y hemoglobina inflando su fuelle hasta el límite de sus capacidades. No pudo volar muy lejos en estas condiciones; y si soñaba con poner sus huevitos en la bella araucaria, no pudo cumplirlo porque la resina es tan atrayente, tan pegajosa. Agotó sus últimas moléculas de oxigeno mientras luchaba remando a seis brazadas en la miel de los pinos. El aire se acaba, pero sus ojos, vidriosos en el ámbar fosilizado, nunca dejaron de ver. Así vio pasar generaciones de cocodrilos y tortugas, peces mamíferos caminando en la playa, enormes ratas de pelo negro, simios humanoides y hombres simiescos. Hasta que el ojo capitalista de McPato o del viejo Hammond vio al tiranosaurio a través del ojo del mosquito. Hoy descansa su mirada, finalmente, y su cuerpito de momia-insecto ya es constelación entre los grandes, porque será siempre como ahora, el Padre de los Titanes.

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