Natalia Goncharova
Una vez...

Una vez
vino a casa una fotógrafa
muy sincera
con una gran cámara fotográfica
me dijo
que yo desperdiciaba
mi vida
que podía ser mucho más feliz
de lo que era
¿Pero cómo más feliz?
si hago mi vida todo lo feliz que puedo
La fotógrafa me contó
que si hacía foco, si buscaba
un lente teleobjetivo
encontraría una forma
para ser mucho más feliz.
Esa semana no había parado de llover
el balcón estaba lleno de hojas y suciedad
y los vidrios de las ventanas
se veían opacos.
Como era sábado, aunque hubiera venido la fotógrafa
yo quería limpiar
le dije, qué tal si hacés una serie
de fotos para exponer
que se llame
una mujer limpiando su casa.
Puse detergente en un bols
con mucha agua
y empecé a fregar los vidrios
hasta llenarlos de globitos de espuma
que explotaban y brillaban
después les tiré
agua caliente
para que el sol
de las 11 de la mañana
la evaporara más rápido
ella sacaba fotos a los charcos
o detrás de la ventana
donde mi pelo se volaba
a mí no me importó
que me tapara la cara
mi pelo
siempre iba para el lado opuesto
de mis brazos
que pasaban el trapo o la esponja
y sentí que quedaría bien
en la fotografía.
Recordé un cuadro cubista
donde hay burbujas
una plancha, carpetitas con puntillas
y un diario.
El nombre de la pintora es
Natalia.



..


Las tres mesas

Lo que faltó es lugar en esa casa
para poner la mesa
que ahora no está
porque quedó destruida
en el patio
y también faltó un techito
o más bien
faltó sequía
para que no se mojara
la madera de la mesa
y matar la biodiversidad
que aumentaba
todo el tiempo en forma de hongos
de diversos colores
tirando al azul
o al verde manzana
de pez raro
que consiguen dos chicos
en un cuento
pero que dividen por la mitad
para llevarlo a sus casas.
Cortarle las uñas a los gatos
que rascaban las patas
puede decirse que faltó además
pero no hubiera servido de nada
porque ya la madera estaba blanda
amarilla
largaba olor a agua estancada
y cuando le daba el sol
se desprendían
como pedazos de goma espuma
de almohadas
iguales a las que caían de nuestras camas
un poco viejas
y que sostenían
a todos los que dormíamos
y comíamos
en otra mesa
que no estaba tan buena
pero dejamos adentro
porque era de vidrio
y se limpiaba más fácil.
Además los perros,
que no tenían tierra para escarbar
porque se había
despedido al pasto
con una mano de cemento,
ayudaron a destruirla.
En cierta forma para lo único que sirvió
esa mesa
fue para dar de comer a las hormigas
que pasaban arrebatadas
ante el milagro
de la lluvia
de mendrugos amarillos.
Quedó en el patio
la chapita
con el nombre
del ebanista
que sólo había fabricado tres mesas
y las había vendido
sin dejar para sus hijos
ni siquiera el oficio
que ahora uno de ellos
le agradecería tener
porque cuando abre
las alacenas
que el ebanista no vendió
y que están vacías
descubre que es mejor
no completar el telegrama de renuncia
y quedarse a pintar de magenta
la mesa de fórmica
que le regalaron
para que coma
sin ninguna companía
ni mantel
ni servilletas
ni chapitas que son lo último en caer al piso
cuando algo se destruye
y hacen un ruido
que nadie escucha
sólo la hormigas
como una mala traducción
de la frase, esto se acabó muchachas.
El hijo del ebanista
dice que le hubiera faltado poner
algún producto que una la pintura
con la fórmica
a la que naturalmente nada se le pega.


[ sobre la autora ]
Gabriela Luzzi: Nació en Rawson, Chubut, en 1974. Publicó cuentos y poesías en algunas revistas y antologías (9, Textos intrusos, 2012; Plumas al viento - Escritores de la Patagonia, Complejo Cultural Casa de las Leyes de Neuquén, 2013; Vivan los putos, Eloísa Cartonera, 2013). Su libro de cuentos La reina de los duraznitos fue una de las obras destacadas del III Concurso de Narrativa Eugenio Cambaceres para autores noveles.
Lleva adelante el sello Paisanita Editora. Escribe en el blog http://losescritosvuelan.blogspot.com.ar/

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