Una madre, una hija, el campo. Una madre tremenda se esconde debajo de la mesa de la cocina para escuchar lo que su hija piensa de ella. Una hija pide agua, pide tregua. Y el campo, bravío, tempestuoso; el lugar perfecto para sacarse la ropa, tenderla al sol. Cachetazo de Campo, la primera obra de Federico León estrenada en 1997, vuelve a la cartelera del off porteño bajo la inspirada dirección de Graciela Camino.
Por Yamila Transtenvot


A fines de los ’90, el teatro argentino empezó a cambiar. Aquel torbellino que había sido Teatro Abierto en los ochentas comenzaba a apaciguarse, mientras que nuevos espacios y jóvenes artistas empezaban a encarar una búsqueda distinta. La crítica llamó a esta nueva ola “Teatro de la Desintegración”, ya que sus obras se volvían hacia el lenguaje mostrando la desintegración (o la imposible integridad) de los discursos sociales y familiares, la incomunicación y la violencia gratuita. Separándose del realismo formal, apostaban a un lenguaje propio que desplegara todas las fuerzas potenciales del teatro. En ese contexto aparecía la primera puesta de Cachetazo de Campo.

Diecinueve años después el mundo ha cambiado. Pero la falta de comunicación y la fatalidad no han desaparecido. La pregunta es como reinventar el simulacro teatral sin caer en el facilísmo de las certezas.

La sala de Oeste Usina Cultural se ilumina tenuemente. Frente al público un enorme alambrado (que podría ser para el ganado) y desde el fondo, el canto de una niña (es Sandra, pero podría ser un espectro). La pequeña luz de un fósforo deja entrever la cara de Nélida, una mujer de más de cincuenta, de aspecto curtido y noble como el cuero. Y un sonido acompasa el ritmo de estos cuerpo, el del cuchillo que afila un hombre en el extremo opuesto de la escena. El campo se extiende detrás, inmenso, desolador, chúcaro.

Madre e hija han viajado desde la ciudad para despojarse de todo. Cuando ellas quedan vacías, comienza la historia: sus miserias. Son ganado sin desbravar. No hay una lógica temporal, no importa en este desierto imaginario.

El hombre que afilaba su cuchillo pide una guitarra, y el cuerpo de Sandra se nutre de cuerdas. Nélida permanece ausente: a veces es la depredadora; otras veces, es frágil hasta la inconsciencia. Por momentos, podría ser la madre pelicano de Strindberg. Como aquella, Nélida está a punto de saltar por una ventana al vacío. Todos son cuerpos atravesados, ataviados, latentes en el borde áspero y patético del precipicio.

El impecable despliegue escenográfico y la multiplicidad de imágenes hacen de esta puesta una creación única. Y ese logro, se traduce también en las actuaciones. O más bien en los cuerpos de los tres magníficos actores - Marisa Aguilera, Sol Titiunik e Ignacio Zamaolla - que construyen personajes profundamente habitados y repletos de matices. Cabe destacar el nivel de detalle de la propuesta sonora, que lejos de recurrir a la consola de sonido, incorpora la sonoridad propia de los objetos en escena para construir el mundo de Cachetazo.

La puesta de Graciela Camino no busca respuestas a viejas preguntas. Más bien propone una red de sentidos que abisma cualquier salida rápida. Hay un estado continuo de turbulencia que llega hasta el público y lo mantiene en constante movimiento. Por eso cuando termina la obra y las luces se encienden, uno se da cuenta sorprendido de que siempre estuvo de este lado del alambrado. Entonces la respuesta queda ahí, en el aire, obvia: la intemperie es un estado interno.



Posdata a las autoridades

Terminada la función, el elenco pide un minuto para pasar una grabación que quiere que escuchemos. La voz que suena es de Darío Lopérfido, actual ministro de cultura porteño, y los comentarios pertenecen a una entrevista que realizó hace unos meses atrás en Pinamar donde negaba la existencia de 30.000 desaparecidos durante la última dictadura y mencionaba otras frases aún más desgraciadas como “Si algún error cometió la dictadura militar enorme, fue no hacer un proceso legal y hacerlos desaparecer y matarlos de esa manera”. Luego, se leyó la siguiente carta: 

“En este mismo momento, en otros teatros, trabajadores de la cultura están haciendo lo mismo que nosotros. No vamos a convalidar con nuestro silencio que un ministro ofenda a las víctimas del terrorismo de Estado. Insistimos en que Lopérfido debe renunciar, porque no queremos tener a un ministro de cultura como punta de lanza de un discurso negacionista y de la actualización de la teoría de los dos demonios”

La gestión PRO se ha caracterizado, en lo que lleva gobernando en la ciudad, por la clausura y la falta de dialogo con los espacios culturales que enriquecen Buenos Aires. Hoy, teatristas y otros referentes de la cultura piden la renuncia del Ministro de cultura Dario Loperfido.





FUNCIONES

Sábados 21HS 
OESTE USINA CULTURAL
Del Barco Centenera 143 "A” – CAP.FED. 
Reservas: 49013111
Entrada: $120

3 comentarios:

alinaconde72@gmail.com dijo...

Alambrado...símbolo de tantas cosas...y la voz, el sonido...bancando otra lectura de lo que acaba de pasar...que se resignifica una vez más. Impecable. Gracias y Felicitaciones.

Noelia Abraham dijo...

Bravo! Hermosa reseña!

Anónimo dijo...

Alina muchas gracias por tus palabras! Voy a hacerlas llegar al equipo de Cachetazo

Publicar un comentario