LA WAGNER, una explosión escénica de Pablo Rotemberg que elige lo crudo antes que lo cocido. Los cuerpos de cuatro bailarinas se entregan desnudos a las mutilaciones de los sentidos y el resultado no deja mudo a nadie.

Por Yamila Transtenvot



En cámara lenta empieza esta obra. Cuatro bailarinas caminan por una pasarela como una presentación en stop motion de un desfile de modas. Un desfile sin prendas, solo la carne. A través de la música de Richard Warner, Phill Niblock, Gianfranco Plenizio y Armando Trovajoli se va componiendo esta suerte de opera postmoderna dividida en segmentos cuyos títulos son anunciados por un micrófono en escena; títulos como Tristan e Isolda, La voz del Amor o La violación de Carla Rímola.

Ahora, ¿Cuanto tiempo puede pasar una obra con bailarinas desnudas sin aludir al sexo? Poco y nada. Y el sexo en escena, en cualquier escena, implica asumir riesgos de todo tipo. Es entrar en un espacio tabú que, si bien en los tiempos contemporáneos afloja un poco su circulación, sigue participando del espacio de lo privado y de lo misterioso. Los artistas de esta puesta no le esquivan a la bala y van directo al grano, por eso para escribir una reseña sobre ella necesitamos hacer lo mismo.

Estos cuerpos, que son objetos en relación con la acción, despliegan la fuerza siempre latente de la violencia, de la potencia total del cuerpo. Aquella fuerza ilimitada que despierta un ataque de locura. Es también la violencia del sexo, aludiendo a la hipótesis lacaniana en la perspectiva de la sexualidad femenina: el sexo es en sí un acto violento. No hay sexo con amor (eso nos aclara el segmento “la voz del amor”). Hay ritmos e intensidades.
  
Pero no se trata de una tesis del desencanto ni una vuelta al estado animal. La artista visual nipona-alemana Hito Steyerl piensa sobre la idea de emancipación que estuvo siempre ligada a la idea de convertirse en sujeto. Devenir sujeto conllevaba la promesa de autonomía y soberanía de la acción. Pero con el tiempo, las restricciones sociales que limitan al sujeto y la sujeción a las relaciones de poder empezaron a plantar sospechas sobre la soberanía de su deseo. ¿Y si nos revistieramos de objeto? ¿Si fueramos una cosa entre otras cosas? “Las cosas condensan poder y violencia. Las cosas acumulan fuerzas productivas y deseo tanto como destrucción y deterioro” .

El deseo no puede ser juzgado. En ese sentido la puesta de Rotemberg no trata de alcanzar una propuesta donde el deseo fluya ilimitadamente, sino como señala Hito donde se ponga al descubierto las marcas que deja el impacto de la historia sobre nuestros deseos y nuestros cuerpos.

LA WARNER es un un espectáculo impactante, ensordecedor por momentos, iluminador por otros. Con un ritmo preciso su director nos introduce en un viaje de sensaciones. Es un viaje inteligente pero no intelectual. Es una experiencia del palo de lo imperdible.

| FUNCIONES |

Sábados 21hs
Espacio Callejón 3759
Entrada $180/$150

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