Apátrida y fría amargura


Esta noche que aburre es un páramo.
Puedes gritar, pero el mundo es sordo.
Este día que aburre es un cuchillo afilado.

Puedes olfatear el frío como un perro.
Romper la brisa.
Comer el pan mohoso en la tarde que termina.
Llegar tarde a la agonía.
Mendigar la sobra de tu amo.
Puedes anidar como una enfermedad venérea.

Pero siempre la noche acumula la mansedumbre del día.
Es una gárgola: ya no mira al sol.
Nunca ha mirado el parpadeo de una muchacha enamorada.
Solo sabe cortar el hálito de la lengua.
Y vos, solo confort, ocio desnudo.

¿Cómo sobrevivir a la modorra?
¿Qué haces rendido sin comprender lo que te dicen?
Copia, haz un cante lastimero,
una moneda que brille en el bolsillo de tu camisa. 



Cuenca, no more



A Luis Borja Corral,

duendecillo valiente



Decía no fumar y fumamos.

Era la furia.

Dos cadáveres encendidos en una Atenas taciturna.

Yo no era más hombre, sino ridículo.

Pero aprendí que la amistad es «fulgor del instante».

Nos estábamos leyendo,

el rostro,

el cuerpo,

leyendo y golpeando los cerebros,

el uno contra el otro.

Qué hermosa batalla del ego,

de la citación, de la mala traducción de nosotros mismos.

Decía no beber, y bebimos.

Anduvimos ebrios por las húmedas calles de la ciudad

como dos raposas perdidas en el asfalto.

Y comimos el cuy más delicioso del mundo,

chupándonos los dedos,

bajando esa paz salobre con una patucha pecho amarillo,

como tiene que ser.

Decía no drogarse y nos drogamos.

Fuimos felices aspirando,

o más bien inspirando la envidia de los sobrios.

Pero había alguien más:

Lo cito: «Si uno bebe, si bebe

nuevamente, si bebe hasta caer por tierra, debe levantarse

y continuar bebiendo hasta contemplar el Dragón».

El Fakir es mi pastor.

Decía no vomitar y lo hicimos.

En el vado vivo del río Tomebamba, vomitamos.

El vino salía como la sangre.

Manantial de vino sangre de la dark gorge.

Como esa canción, más bien el video: Pass this on.

Decía follar, y no follamos.

Violamos a una mujer imaginaria,

daviliana,

que rompió una botella

en el justo momento del beso. 

Pero no sufrimos.

Lloramos de ardor fervoroso de la dicha.

Como una pastilla incandescente.

Decía tomar el vuelo, y no lo hicimos. Porque la memoria se nubló.

Queda la resaca del goce.

Cuerpo moribundo, depresión postparto. 

Nostalgia de la ola que nos revolcó.

Yo ahora reposo en la arena.


| Sobre el autor |

Santiago Vizcaíno Armijos (Quito, Ecuador, 1982) es Licenciado en Comunicación y Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). Cursó la Maestría en  Estudios de la Cultura, Mención Literatura Hispanoamericana,  en  la  Universidad  Andina  Simón  Bolívar.  Fue  Becario  de  Fundación  Carolina  en  la Universidad  de  Málaga,  donde  cursó  un  máster  en  Gestión  del  Patrimonio  Literario  y  donde  ahora  es doctorando  en  Investigación  en  Literaturas  Hispánicas.  Es director  del  Centro  de  Publicaciones  de  la PUCE. Textos suyos se han publicado en las revistas Letras del Ecuador, CartónPiedra, Rocinante, Ruido Blanco, Casa de las Américas (Cuba), Bitter Oleander, Chattahoochee Review, Connotation Press, Dirty Goat, Eleven/Eleven, eXchanges,  Ezra,  Lake  Effect,  Moon  City  Review,  Osiris,  Per  Contra,  Rowboat,  Saranac  Review,  Words  Without Borders  (EEUU),  Punto  de  Partida  (México),  entre  otras.  Su  primer  libro  de  poesía,  Devastación  en  la  tarde, recibió el Premio Nacional de Literatura en 2008 por parte del Ministerio de Cultura y ha sido publicado por Dialogos Books (EEUU) en 2015, traducido por Alexis Levitin. Asimismo su libro de ensayo Decir el silencio, en torno a la poesía de Alejandra Pizarnik, obtuvo el segundo lugar en esa categoría. Recibió el segundo Premio Pichincha de Poesía 2010 por su libro En la penumbra. En 2015 apareció su libro de poesía: Hábitat del camaleón (Quito, Ruido Blanco). Ha publicado también un libro de cuentos: Matar a mamá (Buenos Aires, La Caída, 2012, 2015).

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